Texto: María Amor Fernández
Fotos: Iñigo Malvido
Jueves, tercer día y de nuevo desde bien temprano pateando la campiña alemana con el sol castigando de lo lindo. Cuando llegamos al recinto ya picaba la sed, normal. Eran poco más de las doce del mediodía y para tragarse los excesos de Beguiler, la banda de la Metal Battle canadiense, había que meterse algo. Intentaron ir en 2023 y no lo lograron. En 2024 tuvieron más suerte. Practican un metal que situaría personalmente entre el death y el deathcore. Buena técnica pero bastante fríos. No habíamos planeado ir a verles, estábamos frente al WET Stage ya tan temprano porque justo después Wacken le haría un homenaje allí mismo, en el Bullhead, a la Metal Battle con motivo de su 20 aniversario, haciendo desfilar a todos los promotores presentes en el festival en esta edición 2024.
Turno para ver a la leyenda Sweet, antes The Sweet, banda 70’s de glorioso pasado y montón de hits que no me quería perder. Musicalmente estoy segura de que son mejores que la versión original, pero aquellos conciertos eran una fiesta que hoy en día los músicos actuales no consiguen recrear. Una cosa es clavar los temas, que lo hacen, y otra traer aquello al presente, que es imposible. Nadie podría acercarse al carisma de la banda original que colocaba sus hits en las listas británicas. Eso sí, es de agradecer que mantengan los coros en todas las canciones, símbolo de identidad de una banda en la que sobrevive a la guitarra un Andy Scott que cuenta ya con setenta y cinco castañas de vida rockera y al que le sigue encantando hacer de las suyas como despacharse el solo de “Set Me Free” con una lata de cerveza ejerciendo de púa. “Love is like Oxygen” tiene cuarenta y cinco años, “pero a quién cojones le importa” soltaba el rubio, único miembro vivo del grupo. Por cierto, planean un último disco para este 2024 que llevará el título de “Full Circle” con la formación actual, que no es otra que Paul Manzi (cantante), Lee Small (bajista), Tom Cory (guitarra, teclados), Adam Booth (batería) y Andy Scott (guitarra). El original, al que vimos sobre el Louder Stage y no un holograma, como nos recalcó Paul Manzi simpáticamente en el momento de las presentaciones. La sirena de “Blockbuster” hizo que se me erizase la piel. Ver a la leyenda, padre de canciones como “Fox on the Run” o la final “Ballroom Blitz”, hizo que acabara emocionada.
Hora de comer pero sin irse lejos, en el mismo Wacken Plaza. Los siguientes, en el mismo escenario eran Armored Saint, banda que no puedo ver precisamente todos los días. Seguíamos tirando de nombres legendarios, como haríamos en toda la jornada, porque recordemos que el jueves es la jornada de las leyendas. Evidentemente no íbamos a poder verlas a todas, pero que unas cuantas iban a caer, era seguro. Así que nos quedamos para ver a la banda de Bush, que se mantiene en un estado de forma envidiable tanto a nivel físico como vocal. Salió todo de blanco, para llamar bien la atención como las buenas divas. Arrancan con “End of the Attention Span”, temazo sonando a gloria, como todo el festival. “Chemical Euphoria” nos lleva al año 87 y aquel “Raising Fear”. Preveíamos que el concierto podía ser un repaso a su carrera, y así fue, un repertorio en el que se mezclaban temas de todos sus trabajos, gustándome personalmente himnos más recientes como “The Pillar”. Mención especial para la coreada “March of the Saint”. No podía faltar. Bolazo.
Turno para ver a Mr. Big. Lorenzo en todo lo alto sigue azotando sin piedad y sale el cuarteto rodeado de un buen gentío que como yo prefirió la opción americana antes que la alemana de Axel Rudi Pell en el Faster. Buen arranque con “Addicted to That Rush”. Queremos caña, ya habrá tiempo para baladas, que no son horas y nos puede dar el sueño. Veo a Eric Martin muy justito de voz, un dolor. La última vez había sido de cerca, fue en la intimidad de un bar haciéndoselo en acústico y ahora estaba aquí rodeado de miles de personas. Su estado vocal es realmente malo y sufrí viéndolo esforzarse. El concierto transcurre entre medios tiempos y baladas, con pocas arrancadas, me imagino que porque Eric no está para muchos trotes. De todos modos un concierto suyo jamás sería malo, porque entre virtuosismos e instrumentos exóticos se acaba haciendo hasta corto. Sus baladas tienen pocos rivales. Enormes a pesar de todo.
Son casi las siete de la tarde y ahora sí, nos vamos al Infield para la traca final, para hacer caso por fin a la “A Night To Remember” clásica de Wacken. Nos esperan tres conciertos que se prevén legendarios y no nos los queremos perder.
KK’s Priest fue nuestra primera lección con los clásicos del Infield. Arrancan con hasta tres temas propios antes de meterse en harina con las canciones de Judas Priest. Ripper Owens está descomunal y junto a KK -al que desde lejos nadie le puede echar los setenta y dos años- crea un tándem que acapara todas las miradas y los objetivos del foso, donde hay una auténtica batalla para encontrar acomodo por lo altísimo del escenario. Difícil trabajo para Malvido. Ripper pregunta su nombre a la audiencia para presentar “The Ripper”, primera canción de Judas Priest en un repertorio con el que nos sorprendieron, pues llegaron a interpretar dos cortes que nunca antes habían tocado en concierto. La primera de esas dos fue el “Diamonds & Rust” de Joan Baez que inmortalizaran los de Birmingham en su maravilloso “Sin After Sin” de 1977 y que aquí llegó en modo balada, tocándola muy lenta. La segunda sorpresa llegó cerrando el show. Fue “Sinner” y no, no lo vimos venir y no podíamos imaginar semejante colofón. Por medio se quedaron “Night Crawler” -que sonó a gloria bendita-, “Burn In Hell”, un fabuloso “Hell Patrol” y un “Breaking the Law” que disfrutamos de lo lindo.
Hacía mucho que no veía a Accept. Hoy en día siguen sonando a cañón y la incorporación del Whitesnake Hoekstra como tercer guitarra la verdad que es que me impactó bastante. Una pasada verle en vivo al lado de Wolf Hoffman y Uwe Willis. Es como un derroche, como un exceso de recursos que no nos podíamos imaginar. Iba decidida a disfrutar con ellos tras tanto tiempo sin verles en vivo y así lo hice entre una audiencia que se volvió loca con ellos cantando todos y cada uno de los temas, tanto los clásicos como los más modernos, y que llevó incluso a un metalhead pedirle la mano a su chica en pleno foso tras surfear por encima de las cabezas de los miles y miles de metaleros que se agolpaban frente al Faster Stage. Como fin de fiesta el “Balls to the Wall” con Ripper Owens como invitado. Mejor imposible.
Turno para Scorpions. Llevo leyendo y escuchando que se despiden desde aquel concierto en el mismo recinto allá por 2006, cuando reunieron a todos sus excomponentes sobre el por entonces llamado True Metal Stage. Dieciocho años más tarde, allí estaban de nuevo, aunque en esta ocasión sí sentí que iba a ser mi última vez ante ellos. Klaus Meine aguantó como pudo un repertorio que sin duda se le ha de hacer muy largo teniendo que aguantar el micro con esa mano temblorosa que delata que el fin de sus días sobre el escenario ha de estar a la fuerza muy cerca. Se agradece el esfuerzo, defendiendo además algunas canciones nuevas como “Gas in the Tank” y sorprendiéndonos con temas que al menos yo no esperaba como “Crossfire” o “The Same Thrill”. Disfrutar de una canción como “I’m Leaving You” ya merece la pena pagar cualquier entrada. Ver a Doro con ellos en “Big City Nights” es un lujo que sólo vivimos los afortunados que allí estuvimos bajo unas pantallas que simulaban las luces de Las Vegas. Cerrar con “Still Loving You” y “Rock You Like a Hurricane” es algo con lo que como mucho puedes empatar. Siento de verdad que llega el momento de bajar la persiana e irse, aunque sea triste y aunque la banda musicalmente esté a un nivel descomunal. Scorpions sin Klaus Meine no serían Scorpions y al bueno del vocalista se le acaban las pilas.